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De Krakatoa a Tambora: 7 catástrofes naturales que cambiaron la historia

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Hemos puesto al hombre en la luna, hemos colocado una sonda en un cometa que se mueve a miles de kilómetros por horas por el Sistema Solar y hemos hecho que la humanidad avance durante el siglo XX como en ningún otro. Pero aún seguimos siendo vulnerables, irónicamente, ante nuestro propio hogar, la Tierra.

El ser humano ha conocido todo tipo de catástrofes, eventos y fenómenos que le han hecho no sólo aterrorizarse y correr sino también preguntarse, investigar, indagar y entender mejor cómo funciona el mundo que le rodea. Algunas de esas catástrofes consiguieron cambiar el curso de la historia y tuvieron influencias directas en el arte, en la política y en la cultura. Estas son las más importantes:

El meteorito del Cretácico-Terciario

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Ha sido una de las hipótesis más controvertidas durante años. Pero en 2013, varios grupos de científicos independientes consiguieron por fin determinar que, efectivamente, hace 66 millones de años un meteorito impactó contra la Tierra. Al mismo tiempo, se produjo una extinción masiva en el planeta que delimita la frontera entre el Cretácico y el Terciario, lo que se conoce como límite K-T.

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No está completamente claro si el meteorito es el único responsable de esa extensión, parece que no, pero ambos sucesos están lo suficiente próximos entre sí como para que pueda trazarse una relación causa-efecto directa. El meteorito habría caído en lo que hoy conocemos como el Mar Caribe, formando el actual cráter de Chicxulub al noroeste de la película de Yucatán y que tiene más de 180 kilómetros de díámetro. Se estima que el meteorito que impactó contra la Tierra medía unos 10 km de diámetro, el doble que nuestro querido 67P/Churyumov-Gesasimenko.

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La traducción desde el maya de Chicxulub es “pulga del diablo”. Apropiado, parece.

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La erupción del Krakatoa

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La erupción, en una litografía de 1883.

Ocurrió en Agosto de 1883 y se conoce como una de las erupciones más letales de la historia, junto con la del Tambora (más sobre Tambora unas líneas abajo). Se estima que murieron unas 36.000 personas, la mayoría como consecuencia de la onda de choque y de los tsunamis que siguieron al hundimiento de la isla sobre la que se sitúa el volcán.

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Comenzó en la tarde del día 26, y durante el día 27 y 28 se sumó una cadena de explosiones que destruyeron completamente la isla y parte del archipiélago volcánico que la rodeaba. Durante los meses previos al evento, las explosiones previas del volcán podían oírse desde Yakarta, a 160 kilómetros de distancia.

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La exlosión final generó una onda expansiva que proyectó el material volcánico a 1000 km/h. Fue tan poderosa que destrozó por completo los tímpanos de marineros que se encontraban en un radio de casi 70 kilómetros, provocando severos problemas de audición a otros tantos. La onda de presión se expandió rápidamente por el planeta y se sintió en los barómetros de todo el mundo. Los registros muestran que la onda reverberó (dio la vuelta a la Tierra) 7 veces en total.

En torno a 1950 la actividad volcánica de la zona originó una nueva isla, conocida como Anak Krakatu: “la hija de Krakatoa”. Un bello nombre.

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Un trozo de coral marino que llegó hasta las costas de Java por el efecto de la explosión. Circa 1885 (Wikimedia Commons)

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En el año que siguió a la erupción, el clima terrestre descendió 1,2º C, y los patrones meteorológicos estuvieron alterados durante varios años y provocó que los atardeceres sobre el planeta tierra se tiñesen de un intenso color rojo. En el arte, esos atardeceres rojizos se ven en varios dibujos del artista británico William Ashcroft:

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Aunque es sólo una teoría, en 2004 un astrónomo propuso que los colores rojizos que pueden verse en “El grito” de Edvard Munch son una descripción de cómo se veían los cielos de Noruega por aquella época.

La explosión de Tunguska

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Conocido también como “el bólido de Tunguska” lo tiene todo para ser el argumento de una película de ciencia ficción: Siberia, 1908, los albores del siglo XX, una zona relativamente aislada en las proximidades del río Podkamennaya y de repente una explosión que rompió ventanas en un radio de 400 kilómetros de distancia y que dejó noches tan brillantes que se dice que en algunas partes de Rusia y Europa se podía leer tras la puesta de sol sin necesidad de luz artificial. El famoso ferrocarril transiberiano tuvo que destenerse por temor a descarrilar. Y sobre la superficie, más allá de árboles quemados y un paisaje desolado, nada, ni un sólo cráter. Sólo desolación.

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El fenómeno alimentó numerosas hipótesis y teorías en la época. A día de hoy y casi un siglo más tarde, la detonación ha sido atribuida a un trozo del cometa cometa 2P/Encke que en ese momento se encontraba muy cerca de la tierra y provocó en los días anteriores a la explosión una lluvia de meteoritos, las Táuridas, sobre los cielos del planeta. Dado que el gobierno zarista del entonces no consideró el evento prioritario no sería hasta varios años más tarde, en 1921 y con Lenin en el poder tras la Revolución Rusa, cuando una expedición se encaminó hasta el lugar de los hechos y puedo analizar el área de devastación con el radio de 60 kilómetros que todavía perduraba.

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La explosión, cuya potencia se cifra entre 10 y 30 megatones, fue similar a la de un arma termonuclear moderna. Los supervivientes de la zona, de hecho, describieron la explosión como “un hongo gigante que se elevaba por los aires”. El mismo hongo que, casi cuatro décadas más tarde, haría tristemente famosas a Hiroshima y Nagasaki. Es importante notar que aunque el llamado mushroom cloud es típicamente asociado a explosiones nucleares no es exclusivo de las mismas, y cualquier arma o explosión con la suficiente potencia puede provocarlo. Un fenómeno similar ocurre durante las erupciones de volcanes, por ejemplo.

Se calcula que el tamaño del objeto que impactó fue de 60 a 190 metros y que explotó antes de alcanzar la superficie, el motivo por el que no dejó ningún tipo de cráter.

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La pequeña Edad de Hielo de la que nacen los Stradivarius

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Como The Little Ice Age se conoce a un período que abarca varios siglos entre, aproximadamente los, años 1350 y 1850. No es una glaciación propiamente dicha y el término, pequeña edad de Hielo, fue acuñado en el siglo XX. Tuvo tres períodos particularmente fríos, uno en 1650, otro en 1770 y otro al final, en 1850, cada uno separado por tramos algo más cálidos.

Es un fenómeno reconocido y estudiado, pero lo más interesante fueron las consecuencias que tuvo en la historia y en la producción artística de la época. Una de las más notorias es la de Antonio Stradivari, el artesano que fabricaba los míticos violines en la pequeña ciudad de Cremona, Italia. Nació poco antes de uno de esos períodos más intensos, en 1644.

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El frío provocó que la madera de los árboles que Stradivari usó en sus instrumentos fuese mucho más densa de lo normal. Esa madera más densa, con el tratamiento adecuado, es la que proporciona el tono tan característico e irrepetible de los Stradivarius.

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Aunque conocemos, casi al 100%, la técnica que utilizaba Stradivari para fabricar sus violines, nunca nadie ha conseguido igualar su sonido. Probablemente nunca lo hagamos.

La erupción del Vesubio que acabó con Pompeya y Herculano

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Ocurrió en la mañana del 24 de agosto del año 79 después de Cristo. Una tímida columna de humo comenzó a ascender del volcán Vesubio, en la bahía de Nápoles. Como el volcán había humeado ya durante varios años, inicialmente la población no le dio demasiada importancia. Pero pronto comenzaron a llover piedras, primero más pequeñas y luego más grandes sobre ambas ciudades, al tiempo que daban envueltas en vapores tóxicos de azufre. Aunque ambas ciudades se reconstruyeron después, las ruinas de ambas ciudades todavía perduran y son un monumento histórico muy visitado.

El total de la erupción fue de unas 20 horas y se desarrolló en dos fases, una primera conocida como pliniana y que provocó la lluvia de ceniza y de piedra pómez en forma de rocas. Formó un cono de unos 3 kilómetros hacia el sur. Después, la fase peleana con flujos piroclásticos (chorros de lava que caen del cielo, en esencia) que sepultaron pompeya quemando y asfixiando a los pobres incautos que aún permanecían en la ciudad.

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En la actualidad, los arqueólogos utilizan moldes de yeso para rellenar los huecos que dejaron los cuerpos sepultados por los flujos piroclásticos y sobre todo el calor. Algunas de las figuras resultantes son estremecedoras.

La explosión del Monte Santa Helena

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El Monte Santa Helena, Mount Saint Helens o Lawetiat’la en la lengua de los indios de los nativos de la zona, es un estratovolcán activo ubicado en el estado de Washington, EEUU. Tiene una altitud de 2500 metros y en 1980 entró en erupción, dando como resultado un terremoto de 5,1 grados en la escala Richter matando a 57 personas y destruyendo hogares, puentes y diversas estructuras. La potencia y la fuerza de la erupción cambió drásticamente el aspecto de la montaña que ahora luce un cono de roca volcánica compuesta principalmente de basalto y dacita.

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No es ni mucho menos la erupción más mortífera de la historia, ni siquiera como hemos visto la más potente, pero si ha sido la peor en la historia de Estados Unidos y además ha ocurrido hace el suficiente poco tiempo como para que podamos estudiarla con precisión y a la luz de tecnología más moderna, especialmente sus consecuencias.

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La de 1980 o fue la primera erupción del Monte Santa Helena de la que se tiene conocimiento en la historia moderna, más de un siglo antes, en 1847 varios dibujos de la época muestran que el volcán también estuvo activo, aunque la erupción fue mucho menos intensa.

Entre los que murieron se encuentra Harry R. Truman, un anciano de 83 años que vivía cerca de la zona y que se negó a evacuar. Su cadáver nunca fue encontrado. Un volcanólogo que se encontraba transmitiendo por radio la erupción del volcán emitió justo antes de morir las palabras que lo harían famoso:

¡Vancouver! ¡Vancouver! ¡Está ocurriendo!

Su cuerpo tampoco fue encontrado. El material propulsado por el volcán provocó una nube de polvo y ceniza que sepultó coches y hogares.

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Gran parte de esa ceniza también se distribuyó por los estados americanos adyacentes. Años más tarde el monte se declararía reserva natural y desde entonces se ha estudiado la composición de los cúmulos que se formaron en torno al cráter y de la actividad volcánica subsiguiente.

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Tambora

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El premio gordo. Ocurrió justo 200 años. Una de las mayores explosiones volcánica de las que el ser humano tiene constancia. Alcanzó el nivel 7 en el IEV (Índice de Explosividad Volcánica), la escala con la que se mide la magnitud de la erupción de un volcán y de la que sólo hay 8 niveles. Sucedió el 5 de abril de 1815 y el sonido de la explosión pudo escucharse en la isla de Sumatra como algo parecido a armas de fuego. Sumatra se encuentra a una distancia de 2600 kilómetros.

Se calcula que la energía liberada fue cuatro veces la del Krakatoa, unos 800 megatones. Aproximadamente 160 kilómetros cúbicos de material fueron expulsados, reduciendo la altura del volcán desde los 4300 metros de altura sobre el nivel del mar a sólo 2851. Las consecuencias de la explosión fueron devastadoras en el área inmediatamente cercana al Tambora, el pueblo que daba nombre al volcán, totalmente aniquilado, y sus consecuencias se notaron en todo el mundo.

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Como ocurriese con el Krakatoa, las cenizas y el polvo expulsados a la atmósfera provocaron fenómenos ópticos en los cielos de todo el mundo. En Londres se observaron atardeceres con colores brillantes unos meses más tarde, en junio y julio de 1815. El cielo se tiñó del mismo color naranja que Ashcroft retratase en el Krakatoa.

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El año siguiente, el 1816, es lo que se conoce como “Año sin verano” y se debió a las anomalías meteorológicas que produjo la erupción del Tambora. La reducción mundial de las temperaturas provocó un año de cosechas casi inexistentes dando como resultado una grave escasez de alimentos en toda Eur

Una vez más, la erupción tuvo su efecto en el arte de la época. Es importante notar que el Tambora tuvo lugar casi 70 años antes del Krakatoa, pero en algunas pinturas, como las de J.M.W Turner puede apreciarse el mismo efecto.

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Pero quizá lo más curioso es que durante “aquel verano que nunca fue”, Mary Shelley dio con la idea de lo que luego se convertiría en Frankenstein y Lord Byron escribió oscuridad:

Tuve un sueño, que no era del todo un sueño.

El brillante sol se apagaba, y los astros

vagaban diluyéndose en el espacio eterno,

sin rayos, sin senderos, y la helada tierra

oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna;

la mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo

consigo el día,

Y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror

de esta desolación; y todos los corazones

se helaron en una plegaria egoísta por luz;

y vivieron junto a hogueras - y los tronos [...]

Ese mismo verano, John Polidori escribiría “El vampiro”, un relato que serviría de inspiración a Bram Stoker para escribir Dracula.

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Resulta curioso como la explosión de un volcán a principios del siglo XIX supuso, en parte, el origen de las figuras clásicas del terror y la ficción durante el siglo XX, y que aún hoy perdura.

Imágenes: Phonlawat_778, argus/Shutterstock. Giorgio Cosulich/Getty

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