El día que 20.000 inmigrantes llegaron a Italia tras tomar un barco: la epopeya del Vlora

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El 8 de agosto de 1991, los vecinos del puerto de Bari (Italia) no daban crédito a lo que veían acercarse desde el mar: un enorme buque donde apenas se distinguía la coraza de la nave de las miles de personas que lo poblaban. Aquel día fue histórico por la repercusión de los acontecimientos.

Tras la caída del comunismo en Albania a comienzos de 1990, la población vivió una de sus peores crisis económicas. Un sistema totalmente colapsado unido a una escasez de alimentos llevó a miles de ciudadanos al borde de la rebelión. Un escenario tan crispado que la agitación política y social que se vivía anunciaba con explotar de manera incierta.

Bajo este escenario, muchos de los albaneses tuvieron la misma idea, huir. Los primeros en hacerlo tomaron rumbo a Grecia en el sur, mientras que otros intentaron cruzar al vecino del norte, Yugoslavia. En Tirana, la mayoría de las embajadas extranjeras fueron asaltadas después de que se difundieran rumores sobre los visados.

Por ejemplo, más de 3.000 albaneses lograron ingresar al complejo de la embajada alemana, mientras que otros ingresaron con éxito en los terrenos de la embajada checa. A los que estaban en la embajada alemana se les permitió partir a Alemania vía Italia.

Lo cierto es que muchos de los emigrantes se decidieron por el país transalpino, a unos 100 kilómetros de distancia, cruzando el estrecho de Otranto, atraídos en parte por la imagen (errónea) de riqueza en los anuncios de televisión italianos que podían ver desde Albania.

Así, a principios de 1991 cientos de miles de refugiados albaneses requisaron por la fuerza barcos de todo tipo, desde buques de carga rumanos hasta remolcadores de la marina albanesa, todos intentando entrar mientras las fuerzas de seguridad portuarias observaban impotentes.

Así también, llegamos al momento que probablemente marcó esta parte de la historia. Ocurrió el 7 de agosto, cuando el buque de carga Vlora regresaba de Cuba con un cargamento de azúcar. El capitán atracó en Durrës para descargar dicha carga y someter al navío a una serie de reparaciones. Mientras tanto, miles de personas se habían reunido en el puerto con la esperanza de abordar cualquier barco y navegarlo hasta Italia.

Aquel día lo vieron muy claro. Unos 20 mil albaneses abordaron el Vlora saltando en el mar y subiéndose a bordo con todo tipo de cuerdas, llenando prácticamente cada centímetro del barco, algunos incluso colgando de escaleras la mayor parte del viaje. Incapaz de convencer a los polizones de que se bajaran, algunos incluso armados, el capitán Milaqi decidió zarpar con el abarrotado barco rumbo a Italia.

Aquel viaje fue épico por razones obvias, pero también porque zarpó sin haber reparado el motor principal. El Vlora navegó solo con sus motores auxiliares, sin radar y con un exceso de peso que rozaba la tragedia.

Además, el barco también perdió sus sistemas de enfriamiento después de que los albaneses los cortaran para tratar de hidratarse ellos mismos, así que hubo momentos donde el capitán y su tripulación usaron agua de mar para evitar derretir el motor.

Finalmente, llegaron a las costas italianas en la mañana del 8 de agosto. Al acercarse al puerto de Brindisi, al capitán se le recomendó que no atracara en la ciudad, por lo que cambió el rumbo hacia Bari, a unos 60 kilómetros, otras 7 horas por delante para llegar.

Una vez en Bari, el gobierno italiano, ya advertido desde Brindisi de lo que se pretendía, trató por todos los medios de detener el atraque. Se intentó bloquear la entrada del puerto con pequeñas embarcaciones para obligar al capitán a regresar a Albania.

Sin embargo, y citando el empeoramiento de las condiciones a bordo del barco después de que los pasajeros pasaron 36 horas prácticamente sin comida o agua bajo un calor sofocante, el capitán se negó a dar marcha atrás y entró al puerto, comunicando que había heridos a bordo y que no podía girar mecánicamente. Finalmente, Vlora atracó en el muelle más alejado del centro de la ciudad.

La política italiana de entonces, no muy diferente a la actual, impedía que los barcos de refugiados desembarcaran en las costas, deportando casi de inmediato a los inmigrantes. Fue lo que le ocurrió a los pasajeros del Vlora. Las órdenes de Roma exigían mantenerlos en el puerto y enviarlos de regreso a Albania en cuestión de días.

De esta forma, las autoridades decidieron trasladarlos a un antiguo estadio de fútbol a la espera de su deportación. Esa misma tarde, los albaneses habían entendido que finalmente los enviarían de vuelta a casa, algunos de ellos intentaron abrirse camino a través del cordón policial que rodeaba el estadio, e incluso muchos lograron escapar.

Finalmente, el gobierno decidió cerrar las puertas, encerrándolos a casi todos dentro. Aquella noche la tensión era palpable, con enfrentamientos entre policía y albaneses que intentaban escapar.

No se sabe cuál fue el número exacto de albaneses que comenzaron una nueva vida en Italia, pero no debieron ser demasiados. Muchos fueron repatriados, y a otros se les engañó con un viaje en barco a otras zonas de Italia. Cuando llegaban, volvían a estar en Albania. El gobierno italiano dijo entonces que su actuación estaba justificada y era necesaria “para impedir una mayor migración irregular desde Albania”. [Wikipedia, New York Times]